LOST IN TRANSLATION

Con tan pocos recursos, sólo tiene dos salidas : cargar cada elemento de sentido y construir dos personajes que sean capaces, como la cintas de los aeropuertos, de mover lentamente todo sin hacer prácticamente ruido. Sofia logra ambas cosas con una naturalidad que convierte toda la película en una lección de cómo contar una historia sin el gran recetario de los efectos especiales o el tráfico de actores. No es que necesite pocos elementos, es que quita aquellos que no añaden nada a la historia para que pueda mantener su tono particular.
Resulta paradójico que en una película en la que se habla tan poco, todo tenga tanto que decir. Ese es el reto que se marca la directora : lograr que todos los objetos hablen. Desde el más pequeño (el vaso de whisky relleno de té) al más grande (el propio escenario de la ciudad). Sofia persigue la intensidad de ese significado en cada escena como si de ella dependiera el éxito de la historia, buscando que, se abra el libro por donde se abra, el lector sepa al instante cuál es su intención, cuáles sus reglas, cuál la textura de la película. El resultado es que el espectador se lleva una historia cargada de escenas que tienen sentido por sí mismas.
Es un tema de intensidad y también de intención. Casi todo se convierte en las manos de Coppola en una metáfora que le sirve para contar mejor su historia. Como en toda narración, existen dos niveles para que el espectador pueda elegir (sin esa elección lo que se presenta suele ser una película que es carne de palomitas o el tratado profundo que les provoca titulares metafísicos a los críticos). Se puede ver Japón, por ejemplo, o la descripción de ese mundo que todos menos uno es capaz de interpretar. Se puede ver un hotel perfecto o tener la sensación de que una habitación en la que se abren las cortinas al amanecer es más un lugar del que salir que un punto de llegada. Se puede ver la noche o el deseo de los protagonistas de que por algún lado surja un sol que, tenga la forma que tenga, ilumine, a su manera, esas horas en las que es imposible dormir.
Coppola, desde la visión siempre parcial de un narrador, trata de mantener cierta distancia con lo que cuenta para no ridiculizarlo ni juzgarlo. Ella se pega a sus protagonistas y les sigue hasta los sitios en apariencia más anodinos : la consulta de un médico, el hall del hotel o una excursión en tren para ver una boda tradicional.
La elección de los dos personajes es un acierto. Existen los suficientes contrastes entre ellos como para que la película funcione de una forma casi silenciosa : tranquila en la superficie y con fuerza por debajo. La corriente del hombre frente a la mujer, del que ha terminado su carrera frente a la que la empieza, del que tiene un matrimonio acabado frente a la que acaba de casarse, del que es ya mayor frente a la que tiene veintipocos, de que se siente invisible frente a la que es capaz de atraer cualquier mirada. Todo firme en la base pero con las suficientes fallas en la base como para que se sientan los temblores en la tierra. Temblores casi imperceptibles pero continuos.
Frente a lo que les separa, los puntos de unión que les obligan a buscarse el uno al otro. También aquí Coppola sólo se sirve de lo significativo y se desprende de un tema tan socorrido como el del amor para utilizar sólo aquello que, de nuevo, puede ser de interés. Los expertos en guiones hablan de lo plots como de cambios bruscos de guión que atraen la atención del espectador. Coppola, llegado el momento, abandona el camino más trillado y se interna en uno más propio y arriesgado que es lo que , en el fondo, convierte a esta película en algo más que una historia. No es el giro brusco de la película, sino una declaración de principios que todos saben y que el espectador va conociendo poco a poco.
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